La visión del científico ingenuo -pegados a las abstracciones que proporcionan los modelos científicos- les aleja de la actitud del escéptico crítico, que le permite mediante la perplejidad evidenciar la distancia de la realidad con determinados tópicos en que se mueve la política energética.
Los cálculos y modelos matemáticos ingenuos permiten maquillar y falsear la realidad con la mayor impunidad e inocencia desde una lógica, aparentemente, aplastante. El consumo de energía depende de tres vectores: población, renta, la intensidad energética para producir una unidad de PIB.
¿Qué ocurre con la eficiencia y el ahorro energético? La llamada paradoja de Jevons, lo que llamamos efecto rebote. Lo que pudiéramos ahorrar de nuestra factura eléctrica, si se mantiene el PIB, lo dedicaríamos a consumir otro producto con una intensidad energética igual. Y adiós ahorro. Un argumento capaz de desanimar al consumidor más responsable y al tacaño más recalcitrante. Jevons afirmaba que toda mejora tecnológica en el uso eficiente de recursos tendría como consecuencia un incremento del consumo.
William Stanley Jevons presenta esta teoría en 1865, al inicio de la revolución industrial ¿La podemos aplicar al fin de la era industrial? Imaginemos que lo dijéramos de la eficiencia del trabajo (¿y la productividad del trabajo?). Cuando compramos un vehículo más eficiente, que consume menos, ¿hacemos más kilómetros? El coste de hacer un kilometro baja y podemos hacer más kilómetros. Cuando compramos una bombilla de bajo consumo, ¿la tenemos todo el día encendida? El efecto del ahorro y la eficiencia energética es la bajada en el precio de la energía. Cierto, un menor consumo de energía hace que no sean necesarias las centrales de carbón y fuel, las más caras y menos competitivas. Son las distribuidoras las que compran barato, pero los consumidores pagan unas tarifas reguladas a las que no se les traslada la reducción de costes. ¿Dónde está ese efecto rebote?
En los últimos años el consumo energético ha descendido un 16,5%, mientras que el PIB descendió un 3,6%. ¿No existía un equilibrio perfecto entre la renta, PIB y consumo energético? ¿Qué falla en el modelo?
Nos precipitan a considerar un inesperado éxito en la intensidad energética. No parece que la economía haya mejorado la eficiencia y competitividad, sino que sufre efectos, poco estudiados, de la crisis. La crisis ha traído un profundo cambio en los patrones de consumo.
El Ministerio de Industria no ha estudiado a fondo los impactos de la crisis económica sobre el consumo de energía, el precio, el cambio del consumo, etc. Permitiría descubrir un oculto potencial, no analizado, de mejorar la eficiencia energética no contemplada hasta ahora. Permite un mejor diseño de las políticas públicas (las políticas blandas) que incentive patrones de consumo que favorece una buena vida -más sanos, menos intensivos en energía, etc-.
La Agencia Internacional de la Energía parte de un dogma: El futuro será la mera extensión del presente. Es decir, las cosas seguirán “como hasta ahora” (en perfecto inglés, Business as Usual). ¿Desde cuándo es ese futuro? Que si la demanda energética sólo puede crecer al 4% la eficiencia y el ahorro nos lleva a consumir más, como defiende la AIE, es algo que venimos oyendo desde 1865. La demanda hasta anteayer sólo respondía a un estimulo, el precio. A partir de finales de 2008 el consumo se desplomó, arrastrando el precio del barril de petróleo de 160 hasta los 40 dólares. ¿Otra vez la teoría falla? Con 40 dólares el barril de petróleo, ¿no debería dispararse el consumo, más si tenemos coches más eficientes?
Bundestag exporta energía renovable.
En julio 2010 el Ministerio de Industria pubñicó el documento Planificación energética indicativa para 2020. Incluye datos curiosos: En los escenarios de precio del barril, en 2015 calcula que esté a 94,7 dólares, y a 109,6 dólares en 2020. ¿Y anteayer qué costaba? 73,3 el barril en 2009. ¿Qué análisis soporta que en 2015 el barril esté en 94,7 dólares? En los seis últimos meses ha estado por encima de 110 dólares. Un esfuerzo de evitar extraer lecciones de la crisis. Algunas muy útiles para mejorar el diseño de las políticas públicas.
Hay nuevos conceptos. Para mantener el precio del gas en 26 euros, en lugar de en 30 euros (un escenario sin políticas adicionales de reducción de emisiones), se reconoce que sería necesario reducir las emisiones de CO2 entre un 25 y 40% (evitar un cambio climático fuera de control). ¿Qué política climática se propone? No para proteger el clima sino la economía.
El informe presentado en julio 2011 calcula un incremento de consumo de energía en 2011. ¿Acaso no tiene acceso el ministerio los datos públicos que ofrece REE para los siete primeros meses de 2011? La demanda energética descendido en los primero 7 meses un 1,4%.
Se calcula que en 2010 el precio de la tonelada del CO2 estará a 25€. Los datos de las bolsas de CO2 muestran que el precio fluctuó entre 11 y 16 euros. Y para predecir que pasará en 2010 sobran astrólogos y faltan historiadores. Si cualquier análisis que se hace con el pasado es pura coincidencia, ¿cómo pretende predecir el futuro?
La crisis ha sido una oportunidad para poner en marcha algunas medidas del Plan de acción de eficiencia y ahorro energético aprobado, tras darle muchas vueltas, en julio del 2007. Sin la ambición de una situación que de urgencia es ahora de emergencia. Se deja la política en manos de personas que creen lo contrario de lo que se verbaliza.
La energía más barata es la que no se consume. Lo que demandamos no es electricidad sino iluminación, esto nos lo ofrece tanto la electricidad como una buena orientación de la vivienda. ¿Por qué tenemos iluminados 24 horas al día ascensores, parquin, etc., sin personas, cuando existe la tecnología de sensores que permite dejar de gastar energía que nadie usa? ¿Por qué la administración no está más dispuesta a recortar gastos con sistemas de alta eficiencia (LED) que pudiera ahorrar un 80% del gasto de la iluminación publica?
Primer faro con tecnologia LED en Santa Cruz de Tenerife, ahorra 3 kwh, con mayor alcance lumínico.
No comprendemos que la actual crisis es resultado de un modelo altamente ineficiente y despilfarrador de recursos. En lugar de abordar las causas se abordan los efectos. Lo primero que se queda sin presupuestos son las políticas que nos pueden sacar de la crisis.
Psicológicamente vivimos con los conceptos del siglo XX. El factor de crecimiento y empleo era disponer de energía abundante y barata. Este modelo del siglo XX encaja mal con los objetivos energéticos del siglo XXI: la mejora de la eficiencia energética, impulso de tecnologías de fuentes renovables, sensibilidad nueva con el clima, pero otras, la dependencia energética, déficit exterior, una seguridad de suministro (que poco tiene que ver con la seguridad del siglo XX). El resultado es que se hace lo contrario de lo que se verbaliza. En lugar de celebrar el éxito logrado con las energías renovables, ambiciosos objetivos marcados de 2005, se consideran un riesgos para el sistema energético.
Producción solar ininterrumpida en Fuentes de Andalucía.
Lo que es un éxito, el desarrollo de las energías renovables, se contempla como un riesgo a la sostenibilidad del sistema. El antiguo paradigma regulador en que las empresas obtienen beneficios vendiendo más energía, parece contradictorio con promover el ahorro, impide descubrir el potencial de negocio de ahorrar energía y emisiones de CO2, cuando son tecnologías que aporrean las puertas para entrar en el mercado. ¿Cómo se puede considerar que están poniendo en riesgo la sostenibilidad del sistema? Estas tecnologías podrían suponer inversiones privadas por el valor de las inversiones previas a la crisis.
CECRE de REE, integra un 30% de renovable en la red.
No hay nada que asegure el éxito de estas tareas. Sería imperdonable, no que se fracase, si no que ni siquiera se intente. El primer paso es abandonar dogmas y tópicos que persisten en las políticas energéticas. No intentarlo es dar la batalla perdida de antemano.
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