jueves, 11 de agosto de 2011

De la crisis financiera a la crisis de la gestión, ¿en que consiste una comunicación exitosa? Jordi Ortega

Cuando se acercan las elecciones en lugar de exaltar los éxitos y minimizar errores, se tiende a ignorar unos y otros. Borrón y cuenta nueva. Se buscar conejos de las chisteras. Promesas electorales, en lugar de ofrecer continuidad al proyecto, renovación de ideas, dentro de un coherente relato.

La política ya no logra marcar la agenda que viene determinada por la actualidad. Aparecen actitudes defensivas. Estas se manifiesta en no responder preguntas, declaraciones cada vez con los titulares precocinadas. Ante las preguntas recordar que las promesas electorales no eran más que artificios de equilibrios gramaticales que permitía la ambigüedad, interpretando al respuesta, he sido bastante claro.

Jürgen Habermas, Ulrich Beck, Bernard-Henry Lévy y otros intelectuales se quejaban amargamente cómo los gobiernos socaban, ellos mismos, la confianza en la política con motivo a la gestión de la crisis. Más grave que la crisis económica es la crisis de liderazgo político para salir de ella. Las medidas son anunciadas ad-hoc, responde a la evolución de los acontecimientos, sin enfrentarse a las causas. Necesitamos un respuesta de futuro creíble, aumentar la dosis de austeridad no va a servir para restaurar la confianza y la sostenibilidad económica y social.

El estado de ánimo de los gobiernos fluctúa entre aceptar que la crisis no se resolverá sobre la base de acomodos, y la esperanza que de forma cíclica volverá antes de lo previsto la normalidad. La gente aún piensa los riesgos de modo individual, teme la inflación, el desempleo, la pérdida de valor de activos, cuando se ha desmoronado el mudo tal como lo conocíamos. Mientras que a los gobiernos le están tomando el gusto a vivir, y hacernos vivir, al borde del precipicio.

Lo que ayer era impensable, mañana resulta imprescindible. Unos tabúes caen, otros aparecen. ¿Por qué se tarda tanto en aceptar que lo imposible ayer es imprescindible mañana? ¿Hasta qué punto las respuestas de hoy no están incubando las crisis de mañana?

Hoy se discute si Europa debería, como hace la Reserva Federal, compara la deuda de países soberanos. La reserva Federal ha inundado el mundo de un mar de liquidez, de una deuda de 9 billones en 2007en cuatro años la deuda asciende a 14 billones. ¿En que se ha gastado esos 6 billones? El resultado, advierte Michel Rocard, no ha sido inversión en activos productivos, creación de empleo verde, los programas anunciados por Obama como deseaba la Reserva Federal. Se ha especulado productos que satisface necesidades básicas que apuntan a otra recesión.

Las medidas impensables ayer, hoy no son, ni mucho menos, apropiadas para lo mucho que está en juego. Ni siquiera una división clara entre bancos comerciales y de inversión se hay tenido coraje de abordar. El efecto es que los depósitos asegurados han recaído en los contribuyentes cuando estallan las burbujas financieras. Sólo se toman medidas cuando no encontramos en la última trinchera.

Si no fuera por la prensa la crisis no pasaría agresivas declaraciones tranquilizadoras. La recuperación de la confianza, para los asesores de imagen de los gobiernos, la crisis es un estado de ánimo o psicológico que se puede vencer con un optimismo de la voluntad capaz de vencer el pesimismo de la razón.

El liderazgo político se construye sobre un relato. ¿Tiene la democracia y el liderazgo político una dimensión epistémica? Se pregunta Jürgen Habermas. La esfera pública política parece que lleva años jugando al frontón. Los grandes debates sobre la crisis que refleja la prensa no se traslada en gobiernos e instituciones democráticas. ¿Acaso se piensa que sería una muestra de debilidad?

Ante la falta de credibilidad de gobernantes ceden el protagonismo en explicar la acción de gobierno a intelectuales orgánicos. Algunos aparecen de expertos independientes. Del mismo modo que ingenieros nucleares reaccionan ante los peligros producidos por ellos mismos, los ingenieros de sofisticados productos financieros -de las grandes consultoras internacionales- son los que nos explican las consecuencias de lo por ellos producidos. Lo grave es que sean estos expertos sean los ayuden a los gobiernos a gestionar los riesgos producidos previamente. Ni siquiera hay una división del trabajo, se puede ser asesor del gobierno, ser profesor universitario independiente y trabajar para un lobby de presión. No me refiero a los escándalos de la prensa amarilla británica, sino algo más grave, la participación de fondos soberanos como el de Libia en Financial Times.

La prensa seria, capaz de configurar una opinión pública independiente, garantizar la transparencia y publicidad de los otros poderes, ¿no es un servicio tan esencial para la democracia como lo es para la sociedad el agua, la energía o el transporte? ¿Debería el gobierno, sin paternalismos –dudas para su autonomía- garantizar una prensa independiente?

La legitimidad democracia no es una técnica de seleccionar las élites. Los acuerdos democráticos que alcanzan las sociedades democráticas han de gozar de la legitimidad al estar sometidas a reglas, normas y valores aceptados en procesos de comunicación en la esfera pública. La salida de la crisis depende de la capacidad de ofrecer un relato con amplios horizontes que ofrezca una respuesta creíble de futuro.

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