miércoles, 9 de marzo de 2011

El fin del petróleo barato La medida de los 110 km/h nos retrotrae a la primera crisis energética de los 70 09/03/2011 JORDI ORTEGA

La medida de los 110 km/h nos retrotrae a la primera crisis energética de los 70. “Cuéntame cómo paso” irrumpe en el presente para recordarnos aquellos anuncio de “usted puede pagarlo, el país no”. Nos contaron aquellos pantalones de campana, estudiante con flequillo y niñas en minifalda, pero se les olvidó decirnos que los 120 km/h son fruto de aquella crisis energética. Y, más importante, una advertencia premonitoria, sólo nos quedaban 40 años de despilfarro de petróleo. Se veía venir.

Miquel Sebastián, con el precio de barril a más de 114 dólares, desempolva el Plan de Ahorro y Eficiencia Energética (E-4). El E-4 fue elaborado en el año 2006, cuando el barril estaba a 40 dólares, se aprobó en el Consejo de Ministros en julio 2007 a 80 dólares el barril. Las medidas de eficiencia energética tienen el “vicio” de ser reciclables; una y otra vez se vuelven a anunciar sin que se evalúe su eficacia, ni siquiera si fueron aplicadas.

Ni triplicando las multas el 110 km/h serviría para pagar el déficit de un barril descontrolado. ¿Acaso se ignora que cada 10 dólares más nos cuesta 6.000 millones euros? Se cuestiona si será una medida efectiva, en ahorro, mientras se reprochan que se dejará de recaudar 620 millones euros en impuesto. Ahora viene ¿qué cuesta las pegatinas? En menos de un mes varemos cambiar las señales de 80, a 120, a 110. Cuando se quiso sustituir las de 80km/h por las de 130 km/h nadie preguntó qué costaban.

La política energética no es un juego de artificios. Tampoco es aceptable banalidades tranquilizadoras, es una medida “provisional” señalaba José Blanco, mientras descartaba riesgo en “el suministro energético”. Se aplicará mientras “dure la situación”, al menos “hasta julio”, remata en una actitud defensiva. Lo que logra es neutralizar la carga pedagógica de estas medidas.

La política energética mantiene los objetivos europeos de los tres 20 para 2020 (una reducción de emisiones de CO2 un 20%, un 20% de renovables y un 20% de eficiencia energética). Unos objetivos calculados sobre la base de un barril de 100 dólares en 2020. En mayor de 2010 la Comisión Europea advertía de lo conservador y optimista de aquellas previsiones. Estas previsiones fueron revisadas por la AIE, el barril podría ponerse a 130 dólares antes del 2013; mientras el coste de evitar superar 2º de incremento de temperaturas supondría recuperar las inversiones previa a la crisis, pero bien orientadas, el coste de falta de ambición sería enorme, entre 300.000 a 400.000 millones de euros anuales. Cada 10 dólares de aumento del barril el PIB cae 0,1%. Amen a la inflación salvaje, la llegada de la temible estanflación. Unos dicen “lo peor de la crisis ha pasado”, Jordi Sevilla corrige, “ahora viene lo malo”.

¿Qué hace el Consejo Europeo? La Comisión logró arrancar en el Consejo un ridículo 25% de reducción de CO2 para 2020 con un barril por encima de 110 dólares. Europa parece confiar la crisis financiera, energética, climática un cambio de ciclo.

No será tan grave, dicen. Ya tuvimos el precio de 147 dólares en 2008. ¿Y no paso nada? Bueno, se desató la mayor crisis financiera desde 1929. En 2010 salieron de la OCDE 700.000 millones euros para países productores de petróleo; el equivalente al rescate de la banca por Barack Obama. Hoy ese dinero no se recicla en deuda: los petrodólares que hincharon la burbuja financiera. Hoy empresas Europa están expuestas a ser adquiridas por estos fondos soberanos.

Una maldición china reza “que vivas en tiempos interesantes”. Arabia Saudí, confirman los cables de Wikileaks, exageraron sus reservas un 40%. Extraer petróleo en el futuro comporta operaciones peligrosas, prospecciones en aguas profundas, arenas, prospecciones en aguas profundas, arenas bituminosas, para rebañar el plato. No los alarmistas, los aterrados tenían razón.

Se cotiza la profesión de repescar medidas ambientales, a toda prisa, al ritmo con el que se seca la producción, esta desciende de 90 millones de barriles actuales a 70 millones previstas en 2020. Energy Research Centre muestra que reducir 10 km/h aplicado evita 7 millones de toneladas de CO2; David Cameron por más alergia a limitar la velocidad, en el país con menos dependencia, podría aplicarla Reino Unido.

Otro ven incoherencia y costes. Ante la posible falta de suministro de gas, hay a quien no se le ocurre idea más brillante que incrementar la capacidad de almacenamiento. Resolver la sequía con más grifos. Propongo contratar estos nuevos profesionales de sacar el polvo a ideas alarmistas de antaño. No tenía, tenían razón.

¿Dónde está, en el debate político actual, aquellas advertencias del Club de Roma de los “límites del crecimiento”? La izquierda en la crisis energética de los 70, sin frivolidades, situaba prioritaria la lucha contra la inflación; la austeridad era para el poderoso PCI la ocasión de una transformación social que reorientar las necesidades; no como renuncia, satisfacerlas peor, sino para satisfacerlas mejor, de modo más racional, eficiente y equitativo.

Hace 10 años, con el precio del barril a 12 dólares, la Volkswagen sacó al mercado un vehículo que consumía 3 litro 100 km, el VW Lupo. ¿Cómo es posible? La nueva coalición SPD verdes en Alemania impulso un impuesto que triplicara su precio en dos legislaturas, 5 DM el litro; con un impuesto sobre energía y CO2.

Dos años antes Jacques Delors fracasó en crear un impuesto ecológico europeo. Hubiera acelerado la eficiencia y el ahorro energético; una demanda que se ajustara al “Peak Oil” hubiera mantenido el precio en 80 dólares el barril. Los impuestos proporcionan recursos para esa revolución tecnológica.

Recuerdan la cumbre de Rio de Janeiro en 1992, nos dimos 10 años para que la satisfacción de necesidades presentes no comprometa a las generaciones futuras. Diez años después reciclamos conceptos. No dimos otra década para hacer compatible el corto plazo, insostenible, con el largo plazo. Veinte años no es nada. Ahora postergamos los objetivos para 2020.

Acabamos de salir escaldado de los planes de impulsos económicos, puestos en marcha tras la crisis, ahora los mercados no confían en la deuda pública. ¿Qué hacer? Buscar recuperar la confianza de los mercados pasando de la anorexia del gasto a la anemia es una actitud masoquista. Los estímulos a la economía, con un modelo mal diseñado, incrementaron la deuda. Se intenta evitar reparar el motor que consume demasiada energía. La fiscalidad sobre la energía busca diseñar un mercado más austero en el uso de recursos, mejorar la eficiencia.

Nada nuevo bajo el sol. En 1977 se crea las Plataforma Solar de Almería, un proyecto hispano alemán basada en la tecnología termosolar. Cayó en el olvido. Las guerras en el golfo nos dieron dos décadas de petróleo barato. El mercado no ofrecía estímulos. ¿Y qué hacemos? Se pone cupos al desarrollo de las renovables, se aprueba el decreto del carbón, las tecnologías maduras desplazadas por las renovables se les garantiza recuperar las inversiones con nuevos “pago por capacidad”. No son las renovables las que incrementa los peajes sino un mal diseño del mercado.

Países nórdicos desde la crisis de 1993 inician reformas fiscales ecológicas; un impuesto a la energía evita que el mercado asigne de modo ineficiente recursos escasos, impulsando la innovación tecnológica. Se mostró que proteger el medio ambiente no es caro, ni impide competir globalmente, al revés, es un indicador de capacidad competitiva. Todo un debate político que traspasaron nuestras fronteras.

España en 1993 afronto tres devaluaciones consecutivas de la peseta. No congeló el precio de la energía, generando un déficit que pagaran nuestros hijos. La eficiencia energética, que permite ahorros futuros, es una salida a la crisis se ridiculizan. Un modelo adicto a combustibles fósiles que nos hace más vulnerable, consume demasiados recursos que mengua nuestra capacidad de reacción. Sea bienvenido sea el debate energético.

Diversión en ingles significa desviar medidas para postergar responsabilidades. “La época de dilataciones, de medidas parciales, de recursos calmantes e improvisados, de retrasos, está terminado, en su lugar estamos entrando” decía Winston Churchill “en tiempo de consecuencias”.

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