martes, 8 de marzo de 2011

¿Qué estamos aprendiendo? jordi ortega

El actual despilfarro energético y su efecto, el cambio climático, sólo son posibles a cambio de trasladar una astronómica deuda a las generaciones futuras. De la crisis se sale con una economía baja en carbono si no queremos volver a situarnos en la casilla de salida.

Al final de Quemar después de leer, con la fina ironía de los hermanos Coen, el jefe de la CIA se pregunta "¿Qué hemos aprendido?" Podemos preguntarnos qué lecciones sacamos del cambio climático. A la sociedad le ocurre lo mismo que a Napoleón, que era un loco que se creía Napoleón. Las sociedades son sociedades que imaginan con éxito que son sociedades, algo que los politólogos no deberían despreciar. ¿Cómo estas sociedades pueden responder a un desafío como el cambio climático? Si la política es el arte de lo posible, deberíamos evitar la intromisión de los excesos de lo imposible. El cambio climático resulta un objeto desmesurado. Hoy ocupa el centro de lo que llamamos cuestiones planetarias, pero tiene una nota distintiva. No es sólo la aparición de una megapolítica, sino que estamos decidiendo cuestiones a largo plazo. Y a las dificultades para legitimar una política de alcance global, añadimos una nueva complejidad, unas políticas con horizontes a largo plazo, como el año 2050.

¿Cómo es posible que los gobiernos puedan tomar decisiones que afectan al Gobierno y, por qué no decirlo, al ejercicio de la soberanía por parte de generaciones futuras? Ya no decidimos sobre el cambio climático, sino nada más ni nada menos que sobre la historia. Sólo Habermas, como el último hegeliano, puede creer en el avance imparable del derecho internacional, transformado, ahora, en derecho cosmopolita.

La razón histórica tiene sus patologías. La política internacional supone domesticar las políticas nacionales. También, descubre el potencial de ejercer un liderazgo político más allá de las fronteras, en el que el cambio climático ha tenido un potencial sucesorio, como en el caso de Gordon Brown, que ha agitado el cambio climático como bandera con el apoyo inestimable de Nicholas Stern. Aunque con respecto al cambio climático, más que ante una vuelta repentina a la historia, de raíz historicista, estamos ante algo que dijo Agustín de Hipona: "Dios, hazme casto, pero no ahora".

Los mercados de carbono no son muy distintos de esas primeras bolsas aparecidas en Ámsterdam en 1602. Las operaciones hoy no se hacen en bares y tabernas, sino en sofisticadas redes inteligentes. Las operaciones en ventas al descubierto (short selling) ya estaban inventadas y prohibidas; José de la Vega en Confusión de confusiones, escrito en 1688, describe a través de un curioso diálogo el funcionamiento de los Forward,Call o Put. ¿Qué hemos aprendido desde la primera burbuja de tulipanes?

Los criterios éticos de una sociedad están codificados en su economía. La polémica de Stern y Nordhaus en torno a la tasa de descuento y la tasa de interés no es académica, sino ética, de equidad, y de valoración de los derechos de las generaciones futuras. Los riesgos del cambio climático están codificados en el coste del carbono.

Del mismo modo que creemos que la esencia del agua está en los grifos, consideramos que el fundamento de la energía está en los enchufes. Hoy sabemos que la energía, gracias a la termodinámica, ni se crea, ni se destruye: las sociedades modernas despilfarran la energía. Si observamos la demanda energética, descubrimos que los picos de consumo en el Reino Unido corresponden a los intermedios de los partidos de fútbol, en los que se prepara té, de forma rápida, en electrodomésticos con resistencias ineficientes. ¿Qué cuestan esos picos de consumo?

La aportación de este Cuaderno central es ofrecer una visión panorámica sobre qué efectos tiene la nueva señal del cambio climático. Si la señal de coste del consumo energético no llega al consumidor, ¿qué efecto puede tener incorporar en este coste el coste variable de las emisiones de CO2? No vamos a analizar aquí las consecuencias de que el mercado de carbono, que favorece las tecnologías más bajas en carbono, forme parte del mercado energético; sólo vamos a mostrar ciertas paradojas. Mantenemos el sacrosanto principio de garantía de suministro energético. Nadie aplicaría este principio en las operaciones salida de las ciudades en automóvil: ¡multiplicar los carriles de salida de las autopistas! Gestionamos la demanda, escalonamos las salidas. El actual despilfarro y su efecto, el cambio climático, sólo son posibles si trasladamos una astronómica deuda a las generaciones futuras. Hemos invertido la imagen del padre que controla el despilfarro de su hija, ahora serán la hija o la nieta las que pagarán en el futuro el temible déficit tarifario que hemos acumulado.

La crisis financiera ha destapado las trampas del solitario que hemos ido haciendo. Hace no mucho, se mostraban las virtudes del nivel de apalancamiento alcanzado por nuestra economía: el dinero no da rentabilidad; es mucho mejor tener deuda, y cuanto más, mejor. Tanto, que ha estrangulado el crédito. La estrategia de minimizar los riesgos de inversión, activos tóxicos de la burbuja inmobiliaria, ha tenido el efecto contrario: la expansión de inversiones de alto riesgo o "basura". ¿Podemos descubrir los incentivos mal diseñados o lo que podemos llamar incentivos perversos? Nick Stern ha tenido el valor de considerar el cambio climático como el gran fracaso del mercado, cuando Alan Greenspan todavía era aclamado por los mismos que hoy le repudian.

¿Cómo abordamos el cambio climático? ¿Se puede hacer compatible el business as usual (BAU) del siglo XXI con el largo plazo? El futuro no es lo que fue. Karl Marx pensó que el de­sarrollo capitalista aboliría la división del trabajo: uno podría ser pescador por la mañana, cazador tras la comida y crítico de la crítica por la noche; olvidó un tiempo para especular con el carbono. Reconozcamos que tenía más imaginación; hoy solo somos capaces de imaginar el futuro con más aviones, más carreteras...

El cambio climático requiere una respuesta inversa: más lentos, más suaves y más profundos. Hoy se habla de I+D, y no somos capaces de pensar en otra cosa que en más autopistas, más aeropuertos, en lugar de pensar en infraestructuras tecnológicas de la comunicación. No es un cambio tecnológico, sino político. Quizá las políticas del clima sobrevaloran la capacidad de aprendizaje por medio de incentivos económicos. Cierto. Pero la crisis ha mostrado que las respuestas a estímulos perversos han sido extraordinarias. Quizás el comercio de emisiones pretenda ser una perversión privada y virtud ya no publica, sino con el clima.

Cuando se planteó este Cuaderno Central, su director me propuso una opción B. En el Consejo Europeo de otoño se dijo que el clima quedaba relegado por la crisis. El País me preguntó al respecto, con fácil respuesta: las próximas tormentas financieras serán las de los activos tóxicos de carbono. Diversos colaboradores aportan argumentos a esta idea. De la crisis se sale con una economía baja en carbono; lo contrario es volver a situarnos en la casilla de salida.

Otro objetivo del Cuaderno Central es salirse de propuestas predecibles. Con respecto a la respuesta a la crisis, climática, económica, energética, etc., uno tiene la sensación de estar ante la autocrítica a terceros. Otra aproximación posible es la que se extrae de la narración de Groucho Marx como protagonista de las locuras de 1929, en la que sacaba de la cama a Harpo y decía: "¡Si esperamos a que te vistas, pueden haber subido diez enteros!" La escena explica con ironía la compra de activos físicos de una fábrica de automóviles inexistente. Nada nuevo ni viejo, si tenemos en cuenta que hoy se venden pasivos de CO2 como si se tratase de activos. Y la historia acaba igual, alguien llama y anuncia con cuatro palabras: ¡La broma ha terminado! ¿Habremos aprendido?